Ofrece una alegoría de las crisis de la mediana edad, de la vejez y del estigma social que la rodea, al mismo tiempo que desnuda los miedos que acompañan al desarrollo de las capacidades del artista. Desde la curiosidad, los personajes se exponen a y exponen los límites. Trampolín y acróbatas se funden, y desdibujan sus fronteras en la búsqueda de las arritmias, del riesgo. Objetos y sujetos se trastornan para reencontrar(se) con la fragilidad de (sus) cuerpos, siempre en proceso de envejecimiento y en relación con los otros. En definitiva, la risa, lo extraño en lo cotidiano y las reflexiones sobre la finitud se entrelazan con la creación circense para explorar la condición humana.